Programa

Economía Política CNBA - Propuesta Ricardo Romero

Presentación

El curso está estructurado para el calendario académico del Colegio y en base a los contenidos mínimos del Plan de Estudios, que se compone de tres partes y seis unidades.

El abordaje de la materia se realiza bajos dos ejes generales. En primer lugar: se exponen las diferentes corrientes teóricas del pensamiento económico, delimitando el campo de “lo económico” y la forma de abordaje del mismo, realizado por parte de la Economía Política y la Economía. Incluyendo algunas visiones de economistas argentinos. A la vez, los conceptos elaborados por las distintas escuelas se estudiaran directamente desde las fuentes bibliográficas, se analizarán su aplicación práctica tanto en su contexto histórico y como en la actualidad.


En segundo lugar, se profundizan los conocimientos aportados por el instrumental teórico y técnico desarrollados por la macroeconomía y la microeconomía. A su vez, se delimitan los mecanismos de Políticas Económicas en materia fiscal, monetaria y de comercio internacional. Se indaga sobre la formación de la economía moderna en general y la evolución de la historia económica argentina en particular. Se busca desplegar los conocimientos adquiridos, en la búsqueda de un análisis crítico al desarrollo económico actual y la viabilidad, o no, de políticas económicas alternativas.

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viernes, 6 de abril de 2012

Introducción a la Economía Neoclásica - F. A. Hayek


Principios de Economía Política
Carl Menger
INTRODUCCIÓN
de F. A. Hayek
La historia de la economía política es rica en ejemplos de precursores olvidados,
cuya obra no despertó ningún eco en su tiempo y que sólo fueron redescubiertos
cuando sus ideas más importantes habían sido ya difundidas por otros. Es
también rica en notables coincidencias de descubrimientos simultáneos y de
singulares peripecias de algunos libros. Pero difícilmente se encontrará en esta
historia, ni en la de ninguna otra rama del saber, el ejemplo de un autor que
haya revolucionado los fundamentos de una ciencia ya bien establecida y haya
conseguido por ello general reconocimiento y que, a pesar de todo, haya sido
tan desconocido como Carl Menger. Apenas si existen casos paralelos al de los
Principios, que tras haber ejercido un influjo firme y permanente hayan tenido —
debido a causas totalmente accidentales— tan limitada difusión.
Para los historiadores resulta incuestionable que la posición poco menos que
excepcional alanzada por la Escuela austriaca en el proceso de desarrollo de la
economía política en los últimos sesenta años se debe casi en su totalidad a los
fundamentos sobre los que la asentó este gran economista. Es cierto que la
fama de la Escuela de cara al exterior y el desarrollo de algunas panes
esenciales del sistema se deben a los esfuerzos de sus brillantes seguidores
Eugen von Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser. Pero no es oscurecer los
méritos de estos dos hombres afirmar que sus ideas fundamentales surgieron en
su totalidad de Carl Menger. De no haber tenido tales discípulos, su nombre
habría quedado envuelto en una suave penumbra. Tal vez habría corrido la
suerte de muchos hombres capacitados, cuyas ideas se anticiparon a su tiempo
pero que luego fueron olvidados. En todo caso, es prácticamente seguro que
durante largo tiempo apenas habría gozado de prestigio fuera del ámbito
germano-parlante. Pero la característica común de todos los partidarios de la
Escuela austriaca, lo que les confirió su peculiaridad e hizo posibles sus
posteriores contribuciones, fue precisamente su aceptación de las teorías de
Carl Menger.
El hecho de que William Stanley Jevons, Carl Menger y Léon Walras
descubrieran casi al mismo tiempo y cada uno por su lado el principio de la
utilidad límite es tan conocido que no es necesario insistir en ello. Hoy se admite,
en general, y con buenas razones, que el año 1871, en el que se publicaron la
Theory of Political Economy de Jevons y los Principios de Menger, es el punto
de partida de una nueva época en el desarrollo de la política económica. Jevons
había expuesto ya sus ideas fundamentales nueve años antes, en un artículo
(publicado en 1866) que apenas llamó la atención. Walras no inició la
publicación de sus teorías hasta 1874. En todo caso, está bastante bien
comprobada a mutua independencia de los trabajos de los tres fundadores.
Aunque sus propósitos centrales —es decir, aquella parte de sus sistemas a que
mayor importancia dieron sus contemporáneos— son los mismos, el carácter
general y el telón de fondo de sus trabajos son tan esencialmente diferentes que
se plantea de forma inevitable la pregunta de cómo es posible que por caminos
tan distintos se llegara a resultados tan parecidos.
Para comprender el transfondo intelectual de la obra de Carl Menger conviene
hacer algunas observaciones sobre la situación general de la economía política
en aquella época. Si bien es cierto que el cuarto de siglo que media entre la
aparición de los Principles de J. St. Mill (1848) y el nacimiento de la nueva
escuela fue, bajo muchos aspectos, testigo del gran triunfo de la política
económica clásica en el ámbito práctico, sus fundamentos, y más en concreto su
teoría del valor, fueron cada vez más discutidos. Tal vez la exposición
sistemática de los Principles del propio J. St. Mill contribuyó en parte, a pesar o a
causa de su autocomplaciente satisfacción por el alto grado de perfección
alcanzado por la teoría del valor, a una con su posterior refutación de otros
puntos importantes de esta teoría, a poner al descubierto las lagunas del
sistema clásico. Fuera como fuere lo cierto es que en la mayoría de los países
se multiplicaron los ataques críticos y los esfuerzos por conseguir nuevos puntos
de vista.
Pero en ninguna parte se registró tan rápido y tan total ocaso de la escuela
clásica de la economía política como en Alemania. Bajo los ataques de la
escuela histórica, no sólo se abandonaron enteramente las teorías clásicas —
que, por lo demás, nunca habían tenido profundas raíces en esta parte del
mundo—, sino que toda tentativa de análisis teórico era saludada con profunda
desconfianza. Esto era en parte el resultado de una serie de reflexiones
metodológicas. Pero era, sobre todo, el producto de la acentuada animosidad
con que el impulso reformista de los nuevos grupos, que se autodenominaban
orgullosamente “escuela ética”, se oponía a las consecuencias prácticas de la
escuela clásica inglesa. En Inglaterra se estancó el progreso de la teoría
económica. Mientras tanto, había surgido en Alemania una segunda generación
de economistas políticos históricos, que nunca había llegado a familiarizarse con
el único sistema teórico bien estructurado y desarrollado y que había aprendido,
además, a considerar inútiles, si no abiertamente perjudiciales, todo tipo de
especulaciones teóricas.
Las teorías de la escuela clásica habían incurrido probablemente en tal
descrédito que ya no podían servir de base de partida para un movimiento de
renovación de los que todavía se interesaban por los problemas teóricos. Con
todo, en los escritos de los economistas políticos alemanes de la primera mirad
del siglo se registraron algunos planteamientos que abrían la posibilidad de una
nueva evolución [1]. Una de las razones que explican por qué la teoría clásica
nunca asentó firmemente el pie en Alemania radica en el hecho de que los
economistas políticos de este país tuvieron siempre clara conciencia de ciertas
contradicciones inherentes a todas las teorías de los costes o del valor del
trabajo. Tal vez ya a partir de la obra de Galiani y de otros autores franceses e
italianos del siglo XVIII se había mantenido siempre viva una tradición que se
negaba a admitir una radical separación entre el valor y la utilidad. Desde los
primeros años del siglo hasta la década de los cincuenta y los sesenta hubo toda
una serie de autores, de los que el más destacado e influyente fue Hermann
(apenas si se prestó atención a Gossen, cosechador por otra parte de grandes
éxitos), que intentaron combinar la idea de la utilidad con la de la escasez, para
explicar el concepto del valor. Estos autores llegaron a posiciones muy próximas
a la solución al final aportada por Menger, que debe muchas de sus ideas a
estas especulaciones que a los economistas políticos ingleses contemporáneos,
más atentos al pensamiento práctico, debían parecerles por fuerza inútiles
excursos al campo de la filosofía. Una mirada a las detalladas notas al pie de los
Principios indica claramente que Menger conocía a fondo a estos autores
alemanes, franceses e italianos y que, en este sentido, los clásicos ingleses
desempeñaron en su obra un papel relativamente pequeño.
Aunque probablemente Menger superó a todos los cofundadores de la teoría de
la utilidad límite por su vasto conocimiento de la literatura especializada —y sólo
gracias a su pasión de bibliófilo, despertada en él por el ejemplo de Roscher,
con su formación universal, puede explicarse tanto saber como el que revela en
sus Principios, escritos en los años de juventud—, se registran también
asombrosas lagunas en las listas de los autores citados, lo que permite explicar
el diferente planteamiento de su investigación respecto de los de Jevons y
Walras [2]. Es significativo el hecho de que cuando escribió los Principios
desconocía evidentemente los trabajos de Cournot, mientras que todos los
restantes fundadores de la moderna economía política, entre ellos Walras,
Marshall y posiblemente también Jevons [3] bebieron, directa o indirectamente,
en esta fuente. Más sorprendente aún es la circunstancia de que por aquella
época Menger tampoco conocía la obra de Thünen, con el que indudablemente
se hubiera sentido muy compenetrado. Así pues, si de una parte puede
afirmarse que trabajó en un ambiente declaradamente favorable para un análisis
de la teoría de la utilidad, por otro lado, no contaba, para la construcción de una
teoría moderna del precio, con un suelo tan firme como el que tuvieron sus
colegas, todos ellos influenciados por Cournot, a lo que se añade, en el caso de
Walras, el influjo de Dupuit [4] y en el de Marshall, el de Thünen.
No deja de tener cierto interés la especulación sobre la evolución que habría
experimentado el pensamiento de Menger de haber conocido a estos
fundadores del análisis matemático. Es significativo que, a cuanto yo sé, nunca
hiciera la más mínima alusión al valor de las matemáticas como instrumento de
la teoría científica [5] , aunque probablemente no le faltaron ni los recursos
técnicos ni la afición. Muy al contrario, está fuera de toda duda su interés por las
ciencias naturales y en toda su obra es patente su fuerte predilección por los
métodos de estas ciencias.
También el interés de sus hermanos, y más concretamente de Antonio, por las
matemáticas y el hecho de que su hijo Karl fuera un eminente matemático,
insinúan la existencia de una predisposición hacia estas ciencias en el seno de
la familia. Pero aunque en una época posterior Menger conoció los trabajos de
Jevons y Walras, así como los de sus compatriotas Auspitz y Lieben, en sus
escritos sobre problemas metodológicos no aparece nunca el método
matemático [6] . ¿Debemos concluir que se sentía escéptico sobre su utilidad?
Entre los autores que influyeron en Menger durante el período decisivo de su
pensamiento, no aparece ningún economista austriaco, por la simple razón de
que en la primera mitad del siglo XIX no los había. En las universidades
frecuentadas por Menger, el estudio de la economía política, considerada como
una parte de la jurisprudencia, corría a cargo de científicos procedentes en su
inmensa mayoría de Alemania. Y aunque, como todos los posteriores
economistas políticos austriacos, Menger se doctoró en Derecho, difícilmente
puede admitirse que se sintiera estimulado por sus profesores para dedicarse al
estudio de las ciencias económicas. Esta afirmación nos introduce ya en su
biografía personal.
Nació el 28 de febrero de 1840, en Neu-Sandec, en una zona de Galizia hoy
perteneciente a Polonia. Su padre, que ejercía la abogacía, procedía de una
familia austriaca de artesanos, músicos, funcionarios civiles y oficiales del
ejército, que sólo una generación antes se había trasladado de los territorios
germano-parlantes de Bohemia a las provincias orientales. Su abuelo materno
[7] , un comerciante de Bohemia que se había enriquecido considerablemente
durante las guerras napoleónicas, compró una extensa propiedad en la Galizia
occidental. Aquí transcurrió una buena parte de la juventud de Carl Menger y,
antes de 1848, pudo contemplar aún las últimas reliquias de la servidumbre de la
gleba, que en esta región de Austria se prolongó más tiempo que en ninguna
otra parte de Europa, con excepción de Rusia. Junto con sus dos hermanos —
Anton, que más tarde escribió sobre cuestiones jurídicas y sociales, fue autor del
célebre libro Das Recht auf den vollen Afbeitsvertrag y colega de Carl en la
Facultad de Derecho de la Universidad de Viena, y Max, conocido parlamentario
austríaco y redactor de escritos sobre problemas sociales—, Carl estudió en las
Universidades de Viena (1859-1860) y de Praga (1860-1863). Tras obtener el
doctorado en Cracovia, trabajó al principio como periodista, primero en Lemberg
y más tarde en Viena. Sus artículos no se limitaron a temas de índole científica
[8] . Al cabo de algunos años ingresó, como funcionario de la Administración, en
el gabinete de Prensa del Consejo de Ministros austríaco. Se trataba de un
departamento que gozaba de una posición muy relevante dentro de la
Administración pública austríaca y que contaba con los servicios de hombres
muy capacitados.
Wieser nos informa de que en cierta ocasión Menger le contó que entre sus
tareas figuraba la de redactar boletines sobre la situación del mercado para un
periódico oficial, el Wiener Zeitung, y que, al estudiar sus informes, le había
llamado la atención el claro contraste entre las teorías tradicionales sobre los
precios y el hecho de que los hombres experimentados siempre consideraban la
praxis como el elemento decisivo para fijar el precio de las cosas. No sabemos si
fue esta circunstancia la que le impulsó a consagrarse al estudio del fenómeno
de la fijación de los precios o si, lo que es más probable, sólo confirió una
determinada orientación a los estudios que ya venía realizando desde sus
tiempos universitarios. Lo que sí parece estar fuera de toda duda es que ya
desde los años 1867-68 hasta el momento de la publicación de los Principios
estaba trabajando con intensidad sobre estos problemas y que no se decidió a
publicar la obra hasta no tener enteramente elaborado su sistema [9].
Al parecer, Menger declaró en cierta ocasión que escribió los Principios en un
estado de febril excitación. Esta afirmación no puede interpretarse en el sentido
de que su libro sea el resultado de una repentina inspiración y que lo planeara y
escribiera a marchas forzadas. Pocos libros hay tan cuidadosamente preparados
como éste y en contadas ocasiones el primer esbozo de una idea ha sido
modelado tan a conciencia y ejecutado con tal cuidado en todas y cada una de
sus ramificaciones. El pequeño volumen, publicado en la primavera de 1871,
pretendía ser la parte introductoria de un tratado global. En él exponía con el
necesario detalle los problemas fundamentales para los que ofrecía soluciones
que no estaban acordes con la opinión entonces prevalente, porque deseaba
tener la plena certeza de construir sobre terreno firme. Los problemas
analizados en este volumen, que llevaba el subtitulo de “Primera parte. Aspectos
generales”, eran: las condiciones que ponen en marcha las actividades
económicas, el valor de intercambio, los precios y el dinero. Por las notas
manuscritas de que nos habla su hijo en la introducción a la segunda edición,
publicada más de cincuenta años más tarde, sabemos que la segunda parte
estaba destinada a “los intereses, los salarios, las rentas, los ingresos, el crédito
y los billetes de banco”, La tercera parte, “práctica”, estudiaría la teoría de la
producción y del comercio mientras que la cuarta contendría la crítica del
sistema económico imperante y presentaría algunas propuestas de reforma
económica.
Su objetivo fundamental, tal como declara en el prólogo (y también en el
Capítulo III), era desarrollar una teoría unitaria del precio, que pudiera explicar
todos sus fenómenos y en concreto, y sobre todo, los intereses, los salarios y las
rentas, desde un punto de vista válido para todos ellos. Pero lo cierto es que
más de la mitad del volumen está consagrado a cosas que no hacen sino allanar
el camino para llegar a esta tarea fundamental, es decir, a la concepción —que
dio su peculiar carácter a la nueva escuela— del sentido subjetivo y personal del
valor. Y aun a esto tan sólo se llega tras una discusión a fondo de los conceptos
básicos con los que debe trabajar el análisis económico.
Se percibe claramente en estas páginas la influencia de los antiguos autores
alemanes, con su predilección por las clasificaciones un tanto pedantes y por las
claras definiciones. Pero, en manos de Menger, los venerables “conceptos
fundamentales” de los manuales tradicionales alemanes cobran nueva vida. Las
áridas enumeraciones y definiciones se transforman en poderosos instrumentos
de un análisis en el que cada paso parece derivarse con inevitable necesidad del
precedente. Aunque en la exposición de Menger faltan muchas de las plásticas
expresiones y de las elegantes formulaciones de los escritos de Böhm-Bawerk y
de Wieser, cuanto al contenido en nada cede a los trabajos posteriores y en
muchos aspectos es netamente superior.
No pretende esta introducción trazar un cuadro toral y coherente de las
reflexiones de Menger. Pero hay en su tratado algunos aspectos poco conocidos
y algo sorprendentes que merecen una especial mención. Su detallada y seria
investigación sobre la relación causal entre las necesidades humanas y los
medios que sirven para satisfacerlas lleva, ya en las primeras páginas, a la
distinción, hoy muy conocida, entre bienes del primero, del segundo, del tercero
y de otros órdenes superiores. Esta división y el concepto, hoy ya también
familiar, de los bienes complementarios son —a pesar de una opinión muy
difundida que defiende lo contrario— expresión típica de una opinión de la
particular atención que la Escuela austríaca ha consagrado siempre a la
estructura técnica de la producción. Esta atención, que encuentra su más pura
expresión en la “parte pre-teórica del valor”, tan cuidadosamente elaborada,
anticipaba ya la discusión de la teoría del valor que aparecería en la obra
posterior de Wieser, Theorie der gesellschaftlichen Wirtschaf (1914).
Más notable aún es el papel predominante que juega, desde el principio, el
factor del tiempo. Hay una creencia muy difundida de que los primeros
representantes de la economía política propendían a pasar por alto este aspecto
temporal. Respecto de los fundadores de la exposición matemática de la
moderna teoría del equilibrio, tal vez esté justificada esta impresión, pero no lo
está respecto de Menger. Para él, la actividad económica es esencialmente una
planificación en orden al futuro y su concepción del espacio temporal o, dicho
con mayor exactitud, de los diferentes espacios temporales a los que se
extiende la previsión humana en orden a la satisfacción de las diferentes
necesidades (Ver Capítulo II, nota 2) tiene un acento decididamente moderno.
No es tarea fácil imaginarse hoy que Menger haya sido el primer autor que basó
la distinción entre bienes libres y bienes económicos en el concepto de la
escasez. Como él mismo dice (Ver Capítulo II, nota 7), todos los autores
alemanes que ya habían utilizado estos conceptos con anterioridad —y muy
concretamente Harmann— intentaron explicar la diferencia por la presencia o
ausencia de costes, en el sentido de esfuerzos, mientras que la literatura inglesa
ni siquiera conocía esta expresión. Es un hecho muy característico que en la
obra de Menger no figure ni una sola vez la sencilla palabra de “escasez”,
aunque fundamentó todo su análisis en esta idea. “Cantidad insuficiente” o
“relación económica de las cantidades” son las equivalencias más exactas y
aproximadas —aunque ciertamente mucho más pesadas— utilizadas en sus
escritos.
Toda su obra se caracteriza por el hecho de que concede mucha mayor
importancia a la cuidadosa descripción de un fenómeno que a designarlo con un
nombre corto y adecuado. Esta tendencia impide muchas veces que su
exposición sea todo lo expresiva que sería de desear, pero le inmunizaba en
cambio frente a una cierta unilateralidad y contra el peligro de excesivas
simplificaciones, en las que se incurre fácilmente cuando se recurre a fórmulas
cortas. El ejemplo clásico de cuanto venimos diciendo se halla en la
constatación de que Menger no descubrió ni utilizó (a cuanto yo sé) la expresión
de “utilidad límite” introducida por Wieser. Habla siempre de “valor”, añadiendo,
para explicar bien su idea, la clara pero pesada fórmula de “la significación que
alcanzan para nosotros unos bienes concretos o cantidades de bienes, por el
hecho de que tenemos conciencia de que dependemos de su posesión para la
satisfacción de nuestras necesidades”. Y describe la magnitud de este valor
como igual a la significación de la satisfacción menos importante que puede
alcanzarse mediante una cantidad parcial de la cantidad de bienes disponible
(Capítulo III, 1 y 2 y nota 8).
Otro ejemplo, tal vez menos importante pero no menos significativo, del temor de
Menger a sintetizar las explicaciones en fórmulas cortas, aparece ya antes, en la
discusión sobre la decreciente intensidad de las necesidades individuales a
medida que va en aumento la satisfacción de las mismas. Este hecho
psicológico, que ha alcanzado más tarde, bajo el nombre de “ley de Gossen
sobre la satisfacción de las necesidades”, un puesto tal vez excesivo en la
exposición de la teoría del valor y que fue celebrado por Wieser como el
descubrimiento fundamental de Menger, aparece con frecuencia en el sistema
de nuestro autor al menos como uno de los factores que nos permiten
jerarquizar por orden de importancia las diferentes sensaciones de las
necesidades individuales.
Los puntos de vista de Menger son notablemente modernos en otra cuestión,
aún más interesante, relacionada con la pura teoría del valor subjetivo. Aunque
algunas veces habla de que el valor es mensurable, de sus explicaciones se
desprende claramente que lo único que pretende decir es que el valor de una
mercancía cualquiera puede expresarse poniendo en su lugar otra mercancía
del mismo valor. A propósito de las cifras que utiliza para mostrarnos la escala
de utilidad, dice expresamente que no sirven para marcar la significación
absoluta, sino sólo la relativa de las necesidades (Capítulo V - 3). Los ejemplos
que pone permiten ver, ya desde el primer momento, que no está pensando en
números cardinales, sino en ordinales (Capítulo III - 2) [10].
Una vez establecido el principio que le permitió fundamentar en la utilidad la
explicación del valor, tal vez la más importante aportación de Menger haya sido
aplicar este principio al caso en que para asegurar la satisfacción de una
necesidad humana se requiere más de un bien. Aquí daban sus frutos el
concienzudo análisis de la relación causal entre los bienes y las necesidades
desarrollado en el capítulo introductorio y la idea de los bienes complementarios
y de los bienes de diversos órdenes. Todavía hoy es poco conocido el hecho de
que Menger solucionó el problema de la distribución de la utilidad de un producto
final entre los diferentes bienes concurrentes de orden superior —lo que Wieser
llamó más tarde el problema de la asignación— gracias a una teoría sumamente
elaborada de la productividad límite. Distingue claramente entre el caso en que
son variables las proporciones de dos o más factores para producir una
mercancía y el otro en que estas proporciones son invariables. En el primero,
soluciona el problema de la asignación afirmando que las cantidades de los
diversos factores que pueden intercambiarse para mantener la misma cantidad
del producto deben tener el mismo valor, mientras que cuando las proporciones
son invariables declara que el valor de los diversos factores está determinado
por su utilidad en las aplicaciones alternativas (Capítulo IV - 2).
En esta primera parte de su obra, consagrada a la teoría del valor subjetivo y
que resiste muy bien cualquier comparación con los trabajos posteriores de
Wieser, Böhm-Bawerk y otros autores, figuran varios puntos importantes en los
que la exposición de Menger presenta una grave laguna. Difícilmente puede
considerarse completa una teoría del valor —y, por supuesto, nunca será del
todo convincente— si no explica de forma clara y expresa - el papel que
desempeñan los costes de producción para la fijación del valor relativo de las
diversas mercancías. Al comienzo de su exposición, Menger demuestra que ha
visto bien el problema y promete analizarlo más adelante. Pero nunca cumplió la
promesa. Estaba reservado a Wieser el desarrollo de este tema, conocido más
tarde por el principio de la opportunity de los costes o “ley de Wieser”. Según
ella, la diferente utilización de los factores limita la cantidad disponible para
cualquier tipo de producción, de tal suerte que el valor del producto no puede ser
inferior al valor conjunto de todos los factores utilizados de forma concurrente
para su producción.
Se ha afirmado a veces que Menger y su escuela estaban tan satisfechos con su
descubrimiento de los principios que determinan el valor en la economía de un
individuo que se sentían inclinados a aplicarlos, con excesiva premura y
simplificación, para explicar el fenómeno del precio. Esta afirmación podría estar
hasta cierto punto justificada en algunos de los seguidores de Menger, incluido
el Wieser de los años juveniles, pero es, desde luego, falsa respecto de la obra
del propio Menger. Su exposición concuerda plenamente con la regla, más tarde
enérgicamente acentuada por Böhm-Bawerk, de que toda teoría satisfactoria del
precio debe realizarse en dos niveles diferentes y separados, de los que el
análisis del valor subjetivo es sólo el primero. Esta afirmación constituye el
fundamento de una explicación de las causas y de los límites del intercambio
entre dos o más personas. El modo de proceder de Menger en los Principios es
ejemplar a este respecto. El capítulo sobre la teoría del intercambio, que
precede al dedicado al problema del precio, pone totalmente en claro el influjo
del valor, en sentido subjetivo, sobre las relaciones objetivas de intercambio, sin
atribuir a la correspondencia más importancia que la que está objetivamente
justificada por los hechos.
La sección expresamente dedicada a la teoría del precio, con su cuidadosa
investigación sobre cómo influyen las valoraciones relativas de cada uno de los
participantes en la relación de intercambio de dos individuos aislados luego en
una situación de monopolio y, finalmente, en una situación de competencia, es la
tercera y probablemente la menos conocida de las aportaciones básicas de los
Principios. Y, sin embargo, sólo leyendo este capítulo se comprende la unidad
esencial del pensamiento de Menger, la clara meta que persigue en su
exposición, desde la primera línea hasta la última.
No es preciso añadir aquí muchas cosas sobre los últimos capítulos, en los que
se analizan las repercusiones de la producción en el mercado, la significación
técnica de la expresión “mercancía” y su diferencia respecto del simple “bien”,
así como los diversos grados de la capacidad o facilidad de venta, que sirven de
introducción al estudio de la teoría del dinero. Efectivamente, las ideas
contenidas en ellos y las observaciones fragmentarias sobre el capital en las
secciones anteriores son las únicas partes del libro que el autor desarrolló con
más detalle en sus escritos posteriores. Aunque las aportaciones de Menger
sobre estos puntos conservan un influjo permanente son conocidos sobre todo a
través de su forma posterior, más detallada.
El espacio relativamente amplio que se ha dedicado aquí al contenido de los
Principios se justifica por la singular jerarquía que ocupa este trabajo no sólo en
el conjunto de las publicaciones de Menger, sino en el panorama total de la
literatura que ha puesto los cimientos de la moderna economía política. En este
contexto, estimo oportuno citar al especialista más cualificado para valorar los
méritos contraídos por cada una de las contribuciones de la nueva escuela, es
decir, la opinión de Knut Wicksell. Wicksell ha sido el primer autor y—hasta
ahora el mejor— que ha acometido la tarea de sintetizar los aspectos más
destacados de las teorías de los diferentes grupos. “Su fama”, dice a propósito
de Menger, “se apoya en esta obra, merced a la cual su nombre entrará en la
posteridad, porque puede afirmarse sin ninguna duda que, desde los Principles
de Ricardo, no ha aparecido ningún libro —ni siquiera la contribución brillante,
aunque algo aforística de Jevons o el trabajo, desgraciadamente difícil, de
Walras— que haya tenido tan profunda influencia en la economía política como
los Principios de Menger” [11].
Y , sin embargo, no puede decirse que la obra fuera acogida desde el primer
momento con entusiasmo. Al parecer, ninguna de las recensiones publicadas en
los periódicos alemanes captó la esencia de esta importante contribución [12].
Incluso en Austria, la tentativa de Menger de conseguir un puesto como profesor
libre en la universidad de Viena basándose en este trabajo, sólo fue coronada
por el éxito tras haber superado algunas dificultades. Tal vez Menger ignoraba
que, justamente antes de que inician su docencia, acababan de abandonar la
Universidad de Viena dos jóvenes que advirtieron de inmediato que aquel
trabajo aportaba la “palanca de Arquímedes” (en expresión de Wieser), con la
que podían arrancarse de su quicio los sistemas entonces vigentes en el campo
de la teoría económica. Eugen von Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser, sus
primeros y entusiastas partidarios, no fueron directos alumnos suyos y sus
tentativas por popularizar las teorías de Menger en los seminarios de los jefes de
fila de la vieja escuela histórica, Knies, Roscher y Hildebrand, fueron
infructuosas [13]. De todas formas, Menger comenzó a ganar poco a poco
considerable prestigio en Austria. No mucho después de su nombramiento como
profesor extraordinario, el año 1873, renunció a su puesto en el ministerio, con
gran pasmo de su jefe, el príncipe Adolf Auersperg, para quien resultaba de todo
punto incomprensible que alguien estuviera dispuesto a cambiar un cargo tan
ambicionado y tan prometedor por la carrera de la docencia [14]. Con todo, este
paso no fue todavía la despedida final de la vida pública. En 1876 fue nombrado
maestro del desdichado copríncipe Rudolf, que entonces contaba dieciocho
años de edad. Le acompañó durante dos años en sus prolongados viajes por
extensas regiones de Europa, entre ellas Inglaterra, Escocia, Irlanda, Francia y
Alemania. A su regreso, obtuvo Menger, en 1879, la cátedra de economía
política de Viena, y a partir de este momento llevó aquel tranquilo género de vida
de un sabio, que fue ya característico de la segunda mitad de su dilatada
existencia.
Por entonces comenzaron a despertar considerable atención las teorías de su
primer escrito. En este período no publicó ninguna otra obra, a excepción de
algunas cortas recensiones de libros. Respecto de Jevons y Walras se pensaba,
con razón o sin ella, que lo radicalmente nuevo de sus aportaciones era el
método matemático, no el contenido de sus teorías, y éste fue justamente el
obstáculo principal para su aceptación. No había impedimentos de este tipo para
la comprensión de la exposición de la nueva teoría del valor aportada por
Menger. En el segundo decenio después de la publicación del libro comenzó a
difundirse con rapidez su influencia. Por la misma época adquirió también
Menger un gran prestigio como profesor. Sus clases y seminarios atraían a un
creciente número de estudiantes, muchos de los cuales adquirieron más tarde
categoría y fama como economistas políticos. Aparte los ya citados, merecen
especial mención, entre los primeros miembros de su escuela, sus
contemporáneos Emil Sax y Johann von Komorzynski y sus discípulos Robert
Meyer, Robert Zuckerkandl, Gustav Gross y, algo más tarde, H. von Schullern-
Schrattenhofen, Richard Reisch y Richard Schüller.
Pero mientras que en Austria se iba consolidando definitivamente su escuela, los
economistas políticos alemanes se aferraban, más aún que los de otros países,
a su actitud de rechazo. Por aquella época gozaba de gran prestigio en
Alemania la nueva escuela histórica, dirigida por Schmoller. El
Volkswirtschatliche Kongress, que había mantenido hasta entonces la tradición
clásica, fue sustituido por una nueva fundación, la Verein für Socialpolitik. De
hecho, la economía política teórica fue cada vez más desplazada de los
ambientes universitarios alemanes. De aquí que tampoco se tuviera en estima la
obra de Menger, no porque los economistas alemanes creyeran que sus teorías
eran falsas, sino porque consideraban inútil aquel tipo de análisis.
En estas circunstancias era absolutamente natural que para Menger fuera más
importante defender su método contra la pretensión de la Escuela histórica de
poseer el único instrumento adecuado de investigación que llevar adelante el
trabajo iniciado en los Principios. Fruto de esta preocupación es su segunda
gran obra, las Untersuchungen über die Methode der Socialwissenschaften und
der Politischen Oekonomie insbesondere (Estudios sobre el método de las
ciencias sociales y de la economía política en particular). A este propósito
conviene recordar que en 1975, cuando Menger comenzó a trabajar en este
libro, y en 1883, fecha de su publicación, todavía no habían comenzado a
madurar las ricas cosechas de los trabajos de sus discípulos, que consolidaron
definitivamente la posición de la escuela. Es probable que Menger iniciara su
nuevo libro bajo la impresión de que era trabajo perdido seguir escribiendo
mientras no se diera una respuesta definitiva al problema del principio.
A su modo, las Untersuchungen apenas ceden en nada a los Principios. Se trata
de un libro difícilmente superable como polémica contra las pretensiones de la
Escuela histórica de recabar para si el derecho exclusivo al estudio de los
problemas económicos. No es tan seguro que tenga igual mérito su exposición
positiva de la esencia del análisis teórico. Si fuera éste el fundamento principal
de la fama de Menger, estaría tal vez justificada, al menos en parte, la opinión, a
veces manifestada por sus propios admiradores, de que es deplorable que
Menger abandonara su análisis de los problemas concretos de la economía
política. Esto no quiere decir que lo que Menger escribió sobre el carácter del
método teórico y abstracto no sea de gran importancia o que haya ejercido
menor influencia. Probablemente este libro contribuyó más que ninguna otra
obra aislada, a poner en claro la peculiar naturaleza del método científico
cuando se le aplica a las ciencias sociales. Su influjo sobre los filósofos
alemanes pertenecientes al grupo de los “teóricos científicos” fue considerable.
Con todo, en mi opinión la importancia capital de esta obra para los economistas
de nuestro tiempo radica, de una parte, en su versión, extraordinariamente
profunda, de la esencia de los fenómenos sociales, tal como se pone de
manifiesto cuando aborda la discusión de la problemática de los distintos
planteamientos metodológicos y, de otra, en su clarificador análisis del desarrollo
del aparato conceptual con el que tienen que trabajar las ciencias sociales. La
discusión de puntos de vista un tanto anticuados, como, por ejemplo, la
interpretación orgánica —o, por mejor decir, fisiológica— de los fenómenos
sociales le dio ocasión para explicar el origen y el carácter de las instituciones
sociales. La lectura de estas páginas sigue conservando plena validez también
para los modernos economistas políticos y para los sociólogos.
De entre las afirmaciones centrales del libro citaremos aquí sólo una, que ha
dado pie a amplias discusiones: su insistencia en la necesidad de método de
investigación estrictamente individualista o, como Menger dice, atomista. Uno de
sus más destacados seguidores dijo una vez de él que “fue siempre un
individualista en el sentido de la economía política clásica. Pero sus seguidores
ya no lo fueron”. Cabría preguntarse si tal afirmación es exacta, salvo tal vez en
uno o dos ejemplares, pero, de todas formas, no lo es respecto del método
utilizado por Menger. Lo que en los economistas políticos clásicos es a menudo
un poco mezcla de postulados éticos y de instrumentos metodológicos, fue
sistemáticamente desarrollado por Menger en la segunda dirección. Y si bien es
cierto que los escritos de la Escuela austriaca insisten en el elemento subjetivo
más firme y convincentemente que ninguno de les otros fundadores de la
moderna economía, el mérito recae en gran parte en la brillante fundamentación
que le dio Menger en su libro.
Con su primera obra no consiguió Menger despertar la atención de los
economistas políticos alemanes; pero respecto de la segunda no pudo quejarse
de que pasara inadvertida. El ataque directo a la única teoría por ellos admitida
provocó un eco inmediato y, aparte otras recensiones hostiles, dio origen a una
formidable réplica del propio Gustav Schmoller, jefe de la Escuela, en un tono de
desusada agresividad [15]. Menger aceptó el desafío y respondió a Schmoller
en un apasionado folleto, titulado Die lrrthümer des Historismus in der deutschen
Nationalökonomie (vol. III: Los errores del historicismo en la economía política
alemana). El escrito está redactado bajo la forma de cartas a un amigo y en ellas
lleva a cabo una demolición implacable de las posiciones de Schmoller. El folleto
añade poco contenido al pensamiento esencial de las Untersuchungen, pero
constituye el mejor ejemplo de la extraordinaria capacidad y brillantez expresiva
de que gozaba Menger, cuando lo que se traía entre manos era no una
demostración académica y complicada, sino la exposición clara y sensible de
unos cuantos puntos controvertidos.
El duelo entre los maestros fue muy pronto imitado por los discípulos. La
hostilidad alcanzó cimas pocas veces igualadas en las controversias científicas.
La más grave ofensa contra la Escuela austriaca partió de la pluma del propio
Schmoller, cuando, con ocasión de la publicación del folleto de Menger, tomó
una decisión sin precedentes: publicó en su revista una nota en la que se decía
que había devuelto al autor el ejemplar enviado para recensión, sin siquiera
leerlo. Y más aún: no tuvo reparos en publicar también la injuriosa carta [16] que
acompañaba a la devolución del libro.
Para comprender por qué el problema del método adecuado fue, durante toda su
vida, la preocupación fundamental de Menger, debe tenerse en cuenta el clima
pasional que despertó esta controversia y lo que significó para Menger y para
sus alumnos el rompimiento con la Escuela predominante en Alemania.
Schmoller llevó su animosidad hasta el extremo de declarar públicamente que
los partidarios de la Escuela “abstracta” no estaban capacitados para enseñar en
las universidades alemanas y, como gozaba de tan sólido prestigio, aquella
declaración supuso la exclusión de todos los partidarios de las teorías de
Menger de los puestos académicos de Alemania. Todavía treinta años después
de finalizada la controversia, Alemania seguía siendo, entre todas las naciones
importantes del mundo, la menos influenciada por las nuevas ideas, ya
triunfantes por doquier.
A pesar de todos estos ataques, en el curso de seis años, entre 1884 y 1889,
aparecieron en rápida sucesión los libros llamados a fundamentar la fama
universal de la Escuela. Ya en 1881 había publicado Böhm-Bawerk su pequeño
pero importante estudio sobre Rechte und Verhältnisse von Standpunkt der
Wirtschaftlichen Güterlehre. Con todo, hasta la publicación simultánea de la
primera parte de su trabajo teórico sobre el capital, titulado Geschichte und Kritik
der Kapitalzinstheorien y de la obra de Wieser Ursprung und Hauptgesetze des
Wirtschaftlichen Wertes, el año 1884, no se echó de ver el poderoso apoyo que
estos trabajos aportaban a las teorías de Menger. De los dos, el más importante
para la ulterior evolución de las ideas fundamentales de Menger fue el de
Wieser, porque en él se procedía a la aplicación práctica al fenómeno de los
costes, conocida hoy, como se ha dicho bajo el nombre de “ley de costes de
Wieser”. Pero dos años más tarde aparecieron ya los Grundzüge einer Theorie
des Wirtschaftlichen Güterwertes [17] , de Böhm-Bawerk. Aparte su cuidadosa
elaboración, es cierto que en ellos era poco lo que se añadía a la obra de
Menger y Wieser, pero era tanta la claridad de las ideas y la fuerza de la
argumentación que contribuyó, más que ninguna otra aislada, a difundir la teoría
de la utilidad límite.
En 1884, dos discípulos directos de Menger, V. Mataja y G. Gross, publicaron
sus libros sobre los beneficios empres es. E. Sax contribuyó con un estudio
sobre el problema del método, en el que sostenía la actitud básica de Menger,
aunque criticándole en algunos puntos concretos [18] . En 1887 apareció la obra
de Sax que más ha contribuido al desarrollo de la Escuela austriaca, Grundlagen
der theoretischen Staatswissenschaft, el primero y más completo intento de
aplicación del principio de la utilidad límite a los problemas de la ciencia de la
Administración. Aquel mismo año apareció también en escena otro alumno de
Menger, Robert Meyer, con una investigación sobre la naturaleza de los ingresos
[19]. Este año se publicaron la Positive Theorie des Kapitalzinses, de Böhm-
Bawerk; el Natürlicher Wert, de Wieser; Zur Theorie des Preises, de R.
Zuckerkandl; Wert in der isolierten Wirtschaft, de Komorzynski; Neuste Fort
schritte der nationalökonomischen Theorie, de Sax, y Untersuchungen über
Begriff und Wesen der Grundrente, de H. von Schullern-Schrattenhofen [20]. En
los años siguientes surgieron también numerosos partidarios entre los
economistas políticos checos, polacos y húngaros de la doble monarquía austrohúngara.
Probablemente la exposición más brillante de las teorías de la Escuela austriaca
en lengua no alemana fueron los Principii di economia pura, de M. Pantaleoni,
cuya primera edición es también del año 1889 [21]. De los restantes
economistas políticos italianos, aceptaron la mayor parte o la totalidad de las
teorías de Menger, L. Cossa, A. Graziani y M. Mazzola. No fue menor el éxito de
estas teorías en Holanda, donde el gran economista N. G. Pierson aceptó la idea
de la utilidad límite en su Manual (1884-1889), publicado también más tarde en
inglés bajo el título de Principles of Economics. La obra ejerció una considerable
influencia. En Francia, la nueva doctrina fue difundida por Ch. Gide, E. Villey,
Ch. Secrétan y M. Bloock. En los Estados Unidos fue asumida por S. N. Patten y
Richard Ely. También la primera edición de A. Marshall, Principles, publicada en
1890, muestra un influjo de Menger y de su grupo mucho más fuerte de lo que
podría deducirse de la segunda y posteriores ediciones de esta gran obra [22].
En los años siguientes, W. Smart y James Bonart, que ya antes habían
anunciado su pertenencia a la Escuela austriaca, difundieron sus teorías en el
mundo anglo-parlante [23]. Pero para entonces —y esto nos lleva de nuevo a la
singular situación de la posición de Menger— ya las preferencias de los lectores
se inclinaban no tanto por sus escritos cuanto por los de sus discípulos. El hecho
se debía fundamentalmente a la circunstancia de que los Principios se habían
agotado desde mucho tiempo atrás y Menger se negaba tanto a una nueva
reimpresión como a una traducción. Esperaba poder sustituir en breve plazo el
libro por un “System” mucho más amplio de economía política y de ahí que no se
mostrara propenso a reeditar la obra sin una revisión a fondo. Pero como otras
tareas más urgentes reclamaban su tiempo, fue retrasando año tras año este
proyecto.
La controversia directa entre Menger y Schmoller concluyó abruptamente el año
1884, pero otros autores se encargaron de llevar adelante las discusiones sobre
el método, de modo que estos problemas siguieron reclamando la atención de
nuestro autor. La siguiente ocasión para manifestarse públicamente sobre estos
puntos se la proporcionó una nueva edición del Handbuch der politischen
Oekonomie, de Schönberg (1885-1886), obra colectiva en la que una serie de
economistas políticos alemanes, la mayoría de ellos discípulos no del todo
convencidos de la Escuela histórica, se habían puesto de acuerdo para trazar
una exposición sistemática de la economía política en su conjunto. Menger hizo
una recensión de la obra para una revista jurídica vienesa, en un artículo que
publicó también por separado, bajo el título Zur Kritik der politischen Oekonomie
(1887, vol, III) [24] . En la segunda parte analiza detalladamente la clasificación
de las diversas disciplinas que de ordinario se agrupaban bajo el nombre
genérico de Economía política. Dos años más tarde volvió sobre este punto, de
manera más exhaustiva, en el artículo Grundzüge einer Klassifikation der
Wirtschaftswissenschaften (vol. III, págs. 185 y siguientes) [25] . En los años
intermedios había publicado una de sus dos únicas contribuciones sobre el
contenido de la teoría económica —a diferencia de la metodología—, a saber, su
importante escrito Zur Theorie des Kapitals (vol. Iil, págs. 133 y siguientes) [26].
Es casi seguro que debemos este artículo al hecho de que Menger no se sentía
enteramente de acuerdo con la definición del concepto de capital dada por
Böhm-Bawerk en la primera parte, histórica de su obra, dedicada al capital y los
intereses del capital. La discusión no tiene acentos polémicos. A Böhm-Bawerk
se le cita siempre con elogios. Pero es evidente que su interés fundamental
radica en defender el concepto abstracto del capital como el valor de la riqueza
expresada en dinero, que debe ser invertido en orden a obtener beneficios, en
contra del concepto de Smith, que lo consideraba como “los modios de
producción producidos”. Tanto el argumento fundamental de Menger, según el
cual los diferentes orígenes de una mercancía son irrelevantes desde el punto
de vista económico, como su insistencia en la necesidad de una clara distinción
entre las rentas que produce una instalación ya existente y los intereses en
sentido estricto, rozan muy de cerca problemas que hasta hoy no han
despertado la atención que merecen.
Hacia la misma época (1889), los amigos de Menger lograron casi convencerle
para que no retrasara por más tiempo una nueva edición de los Principios. Pero
aunque escribió de hecho una nueva introducción (de la que, al cabo de más de
treinta años, apareció un extracto en la introducción a la segunda edición, dada
a la luz por su hijo), la publicación fue pospuesta, una vez más. Poco tiempo
después surgió un nuevo campo de problemas que reclamó su atención y le
mantuvo ocupado durante los dos años siguientes.
A finales de los años ochenta el problema del sistema monetario austriaco, que
venía arrastrándose desde tiempo atrás, adquiró tales proporciones que pareció
posible y hasta necesaria una reforma drástica. La caída del precio de la plata
restableció una vez más, en los años 1878-1879, la paridad de la plata y del
depreciado papel moneda, pero poco después fue preciso interrumpir la libre
acuñación de plata, porque el valor de este metal aumentaba cada vez más en
el sistema monetario austriaco de papel dinero, mientras que su valor en oro
estaba sujeto a continuas oscilaciones. Por aquella época se advertía que la
situación —sin duda alguna, y desde muchos aspectos, una de las más
interesantes en la historia de los sistemas monetarios— era cada vez menos
satisfactoria. Como por primera vez desde hacía mucho tiempo las finanzas
austriacas iniciaban un período que prometía estabilidad, se esperaba que el
Gobierno afrontaría decididamente el problema. Además, el tratado con Hungría
del año 1887 pedía expresamente que se nombran sin tardanza una comisión
para discutir las medidas previas necesarias para el restablecimiento de los
pagos en metálico. Tras un considerable retraso, debido a las habituales
dificultades políticas entre los dos socios de la Doble Monarquía, se procedió al
nombramiento de la comisión o, con más exactitud, de las comisiones, una para
Austria y otra pera Hungría, que se reunieron por vez primera en marzo de 1892,
en Viena y Budapest, respectivamente.
Las deliberaciones de la Comisión austriaca de encuesta del sistema monetario,
cuyo miembro más destacado fue Menger, revisten, prescindiendo por completo
de aquella especial situación con la que tuvieron que enfrentarse el máximo
interés. Como base de partida para las negociaciones, el Ministerio de Hacienda
austriaco había preparado con sumo cuidado tres voluminosos memorándums,
que constituían probablemente la más completa colección de documentos sobre
la historia del sistema monetario de los períodos precedentes que puede
encontrarse en ninguna obra [27]. Aparte Menger, formaban parte de la
comisión otros acreditados economistas políticos, como Sax, Lieben y Mataja, a
más de una lista de periodistas, banqueros e industriales, como Benedikt,
Hertzka y Taussig, todos ellos sumamente familiarizados con los problemas
monetarios. El representante del Gobierno y segundo presidente de la Comisión
era Bóhm-Bawerk, funcionario del Ministerio de Hacienda. El cometido de la
comisión no era redactar un informe, sino recabar la opinión y discutir los puntos
de vista de los miembros sobre una sede de preguntas formuladas por el
Gobierno [28] . Estas preguntas se referían a los fundamentos del futuro sistema
monetario, al comportamiento de la circulación de la plata y de los billetes en el
caso de que se decidiera adoptar el parrón oro, a la relación de intercambio
entre los guldes de papel hasta entonces en curso y el oro y al carácter de la
nueva unidad monetaria que se pretendía establecer.
El hecho de que Menger dominara a fondo el problema, unido a su capacidad
para las exposiciones claras y precisas, le confirieron inmediatamente una
situación dirigente dentro del grupo. Sus exposiciones fueron seguidas con gran
respeto y llegaron incluso a provocar una baja temporal en la bolsa, distinción
poco frecuente para un economista político. Su aportación no consistió tanto en
una discusión del problema genérico del tipo de sistema a elegir —en este punto
prácticamente todos los miembros de la comisión estaban de acuerdo en que la
única solución razonable era aceptar el patrón oro—, sino en los consejos,
cuidadosamente sopesados, respecto de los problemas prácticos, a saber, cuál
debería ser la cotización del cambio y en qué momento debería procederse a su
implantación. El trabajo de esta comisión goza de merecida fama ante todo por
su análisis de los problemas prácticos inherentes a la introducción de un nuevo
sistema monetario y por su visión global de los diversos aspectos que debían
tenerse en cuenta al dar este paso. Hoy día su interés no ha hecho sino
incrementarse, ya que casi todos los países tienen que enfrentarse con
parecidos problemas [29].
El trabajo de la Comisión, el primero de una serie de publicaciones sobre
cuestiones monetarias, fue el fruto maduro de varios años de estudios en torno a
estos problemas. Sus resultados fueron publicados en rápida secuencia en el
curso de un solo año. Aquel mismo año vio la luz un número de trabajos de
Menger superior al de cualquier otra etapa de su vida. Las conclusiones de su
análisis de los peculiares problemas austriacos aparecieron en dos folletos,
publicados por separado. El primero, Beiträge zur Währunsgsfrage in Osterreich-
Ungarn (vol. IV, página 125 ss), que se ocupa de la historia y de las
peculiaridades del sistema monetario austriaco y de la problemática general
planteada por el nuevo patrón que se intentaba introducir, es la reedición de una
serie de artículos que habían aparecido aquel mismo año, con otro título, en los
Conrad’s Jahrbücher [30]. El segundo, Der Uebergang zur Goldwährung.
Untersuchungen über die Wertprobleme der Osterreichischungarischen
VaIutareform (Viena, 1892) (vol. IV, pág. 189 ss.), se centra esencialmente en
los problemas técnicos inherentes a la aceptación del patrón oro, sobre todo
respecto de la elección de la cotización de cambio adecuada y de los factores
que influyen en el valor de la divisa, una vez introducido el nuevo patrón.
Aquel mismo año contempló, además, la publicación de un tratado mucho más
global sobre cuestiones monetarias, sin conexión directa con los problemas del
momento. Se trataba del articulo “GeId” (dinero), publicado en el tercer volumen
de la primera edición del Handwörterbuch der Staatswissenschaften, de reciente
aparición. Es la tercera y última de las grandes contribuciones de Menger a la
teoría económica (volumen IV. pág. 1 ss). Sus estudios precedentes, realizados
como preparación de esta cuidadosa exposición de la teoría general del dinero,
que le mantuvieron probablemente ocupado durante los dos o tres años
anteriores, le sirvieron a Menger de magnífica preparación a la hora de iniciarse
la discusión en torno a los problemas específicos austriacos. De todas formas,
siempre se había sentido atraído por las cuestiones relacionadas con las teorías
monetarias. El último capítulo de tos Principios y algunas secciones de las
Untersuchungen über die Methode contenían ya importantes contribuciones,
sobre todo respecto del problema del origen del dinero. Debe aludirse también
aquí al hecho de que entre las numerosas recensiones de libros que Menger
solía escribir sobre todo en sus años jóvenes, para diversos periódicos, se
encuentran dos artículos muy elaborados, del año 1873, a propósito de los
Essays de J. G Cairnes sobre las repercusiones del descubrimiento de
yacimientos auríferos. En algunos aspectos se advierte una estrecha conexión
entre los posteriores puntos de vista de Menger y los defendidos por Cairnes
[31]. En su última gran obra es donde Menger aporta su contribución capital al
problema central del valor del dinero. Pero ya otras contribuciones anteriores, y
sobre todo su análisis de los diversos grados de capacidad de venta de las
mercancías como fundamento de la comprensión de las funciones del dinero,
habrían bastado para asegurarle un puesto de honor en la historia de la teoría
monetaria. Hasta que el profesor Mises no prolongó en línea recta, veinte años
más tarde, la contribución de Menger, este artículo fue la más importante
publicación de la Escuela austriaca sobre los problemas de la teoría monetaria.
Merece la pena insistir algo en las ideas de este estudio, porque han sido a
menudo mal interpretadas. Está difundida la creencia de que la contribución de
la Escuela austriaca al problema monetario se limitó a una tentativa, bastante
mecánica, por aplicar a este problema el principio de la utilidad límite. Y no es
así. El mérito principal de la Escuela austriaca en este campo radica en su
concluyente aplicación de los planteamientos especialmente subjetivos o
individualistas a la teoría del dinero, que lleva ciertamente implícito el análisis de
la utilidad límite, pero que desborda este aspecto, porque tiene una significación
mucho más rica y general. Este mérito recae directamente sobre Menger. Su
exposición de los diferentes conceptos del valor del dinero, de las causas del
intercambio y de la posibilidad de una medida del valor, así como su discusión
de los factores que determinan la demanda de dinero, significan, en mi opinión,
un paso adelante de suma importancia frente a la exposición tradicional de la
teoría de la cantidad bajo la forma de agregados y de valores medios. Y aunque
para distinguir entre el valor de intercambio del dinero “interno” y “externo”
recurre a conceptos un tanto desconcertantes (pues no intenta expresar con
ellos, en contra de lo que pudiera parecer, diversos tipos de valor, sino diversas
fuerzas o capacidades que influyen en el valor), con todo, el concepto que
subyace en el problema tiene una extraordinaria actualidad.
Con las publicaciones del año 1892 [32] llega prácticamente a su fin la serie de
los trabajos mayores que vieron la luz en vida de Menger. En los tres decenios
siguientes sólo publicó algunos cortos artículos ocasionales. Durante algunos
años sus escritos se centraron en el problema del dinero. Entre ellos merece
destacarse la colaboración Das Goldagio un der heutige Stand der Valutareform
(1893), el artículo sobre el dinero y las monedas (derecho de acuñación) en
Austria desde 1857, publicado en el Osterreichischen Staatswörterbuch (1897),
y, de forma especial, su artículo, totalmente revisado, sobre la teoría monetaria
para el vol. IV de la segunda edición del Handwörterbuch der
Staatswissenschaften (1990) [33]. Sus últimas publicaciones se reducen
esencialmente a recensiones, notas biográficas o introducciones a trabajos de
sus discípulos. El último artículo fue una nota necrológica sobre su discípulo
Böhm-Bawerk, que murió en 1914.
La razón de esta aparente inactividad es clara. Menger quería consagrarse
plenamente al estudio de los grandes temas que se había impuesto: la obra
sistemática —una y otra vez retrasada— sobre la economía política y, además,
un amplio tratado sobre la esencia y los métodos de las ciencias sociales en
general. A dar cima a estas tareas consagró todas sus energías. A finales de los
años noventa confiaba en que estaba ya próximo el momento de la publicación
y, de hecho, algunas secciones muy importantes habían recibido ya su forma
definitiva. Pero se iba ampliando cada vez más el campo de sus intereses y del
trabajo acometido. Consideró necesario profundizar en el estudio de otras
disciplinas. La filosofía, la psicología y la etnología iban reclamando porciones
cada vez mayores de su tiempo, de modo que la publicación sufrió continuos
aplazamientos. En 1903, y a la relativamente temprana edad de 63 años,
renunció a su actividad docente, para poder dedicarse de manera exclusiva a
estos trabajos [34] . Pero nunca se sentía satisfecho y, al perecer, trabajó con el
creciente distanciamiento propio de la edad, hasta que le llegó la muerte, en
1921, a la edad de 81 años. Un repaso a sus manuscritos indica que tenía ya
lista para la imprenta una buena parte del material. Con todo, incluso cuando las
fuerzas le iban abandonando, llevó adelante el esfuerzo de reelaborar muy a
fondo los originales, de trastocar secciones, de tal modo que cualquier tentativa
de reconstrucción significa una tarea difícil, por no decir imposible. Algunas
secciones referentes a los Principios, parcialmente revisadas para la reedición
prevista, fueron publicadas por su hijo en 1923, en la segunda edición de la obra
[35] . Pero otra parte mucho mayor se conserva sólo en forma de manuscritos,
ciertamente muy extensos, pero fragmentarios y desordenados, que sólo con
largos y pacientes esfuerzos de un editor muy hábil podrían ponerse en manos
del público. Por el momento, debemos considerar perdidos los trabajos de los
últimos años de Menger.
Para quien apenas si puede afirmar haber conocido personalmente a Carl
Menger, no deja de ser osada empresa añadir aquí, a este boceto de su
biografía científica, una valoración de su carácter y su personalidad. Pero dado
que la actual generación de economistas políticos sabe muy poco sobre él y que
no disponemos aún de una biografía completa [36] , tal vez sea oportuno traer a
colación las impresiones extraídas de los informes de sus amigos y alumnos o
transmitidas por tradición oral en Viena, para trazar las líneas esenciales de su
retrato. Estas impresiones proceden, como es obvio, de la segunda parte de su
vida, es decir, de un tiempo en que ya había dejado de participar activamente en
la vida pública y llevaba la tranquila y retirada vida de un sabio, repartiendo sus
actividades entre la enseñanza y la investigación.
La impresión que su casi legendaria figura despertó en un joven en las escasas
ocasiones de tratarle, está bien reflejada en el conocido grabado de Stich. Es
muy posible que la idea que se tiene de Menger se apoye tanto en este
magistral retrato como en recuerdos personales. Difícilmente puede olvidarse
esta sólida y bien proporcionada cabeza, con la poderosa frente y las ciaras y
profundas arrugas. De mediana estatura, espesos cabellos y poblada barba,
Menger debió ser, en la plenitud de su vida, una figura impresionante.
Cuando ya se había jubilado se convirtió en costumbre que los jóvenes
economistas que concluían su carrera universitaria peregrinaran a la casa de
Menger. Allí les recibía, en medio de sus libros, con amistosa cordialidad y
conversaba con ellos sobre aquella vida que él conocía tan bien y de la que se
había retirado después de haber recibido de ella cuanto había deseado.
Conservó hasta el final de su vida un acusado, aunque también sereno, interés
por la economía y por la vida universitaria y cuando en sus postreros años su
creciente miopía puso un límite a aquel lector incansable, pedía a sus visitantes
información sobre sus trabajos. En estos años postreros daba la impresión de un
hombre que, tras una larga y densa vida continuaba su trabajo no como quien
cumple un deber o lleva a cabo una tarea que se ha impuesto, sino por el simple
y mero placer intelectual, o como quien se mueve en un elemento que ha
llegado a convertirse en su atmósfera vital. Tal vez en sus últimos días se
pareciera un poco a la imagen popular del sabio que no tiene ningún contacto
con la vida real. Pero esto no fue en modo alguno consecuencia de ningún tipo
de limitación de su horizonte, sino más bien el resaltado de una decisión tomada
tras ponderado análisis, en la plenitud de la edad, después de haber acumulado
ricas y variadas experiencias.
De haberlo querido, no le habrían fallado a Menger ni ocasión ni distinciones
externas para escalar posiciones influyentes en la vida pública. En 1900 fue
nombrado miembro vitalicio de la Alta Cámara austriaca, pero apenas si tomó
parte en estos trabajos. Para él, el mundo era mucho más objeto de análisis y
reflexión que de acción y por eso disfrutó tan intensamente la posibilidad de
conocerlo tan de cerca. Inútilmente se buscará en su obra escrita alguna alusión
a sus puntos de vista políticos. De hecho, se inclinaba al conservadurismo o al
liberalismo del viejo estito. No dejó de tener simpatías hacia el movimiento en
pro de reformas sociales, pero nunca el entusiasmo por lo social enturbio su
mente clara y precisa. En este y en otros aspectos, formaba un extraño
contraste con su hermano Anton, mucho más apasionado [37] . De ahí que
varias generaciones de estudiantes le recuerden básicamente como a uno de los
más prestigiosos profesores de la Universidad [38] , aunque es bien sabido que,
de forma indirecta, ejerció un enorme influjo en la vida pública austriaca [39].
Todos los informes alaban unánimemente la cristalina claridad de su exposición.
Merece la pena reproducir aquí la impresión de un joven economista
norteamericano, que asistió a las clases de Menger en el invierno de 1892-93:
“El profesor Menger lleva sus cincuenta y tres años con gran voluntad. En sus
lecciones utiliza muy pocas veces notas escritas, salvo para recordar una cita o
una fecha. Las ideas parecen fluirle a medida que va hablando. Las expresa con
un lenguaje tan claro y sencillo, subrayándolas con los gestos adecuados, que
es un placer seguir el hilo de su exposición. El estudiante no se siente
empujado, sino guiado, y cuando extrae una conclusión, no llega como algo
venido de fuera, sino como la más lógica y natural consecuencia del propio
pensamiento. Corre la fama de que quien sigue con asiduidad las lecciones del
profesor Menger no necesita ya ninguna otra preparación para el examen final
de economía política. Yo lo creo a pies juntillas. Pocas veces o tal vez nunca he
escuchado a un profesor que tenga tan igual talento para unir la claridad y la
sencillez de las expresiones con la profundidad filosófica de las ideas. En raras
ocasiones son estas lecciones ‘demasiado altas’ para los menos dorados y
siempre encierran algún aliciente para los más inteligentes” [40]. Todos sus
alumnos conservan un recuerdo particularmente vivo de su análisis sistemático y
profundo de la historia de las doctrinas económicas. Las copias de sus
explicaciones sobre la Hacienda pública eran, todavía veinte años después de
su jubilación, los apuntes más buscados como preparación para el examen.
Pero donde mejor florecieron sus dotes de maestro fue en su seminario. Allí se
daba cita un círculo selecto de estudiantes de los cursos superiores y de muchos
doctores, que habían obtenido el título muchos años antes. Si se discutían
problemas prácticos, el seminario se organizaba a modo de debate
parlamentario, con un ponente principal a favor y otro en contra de una solución
determinada. Pero más a menudo era una ponencia bien preparada por uno de
los miembros la que se convertía en fundamento de una detallada discusión. En
los remas centrales, Menger cedía la palabra a los estudiantes y no ahorraba
ningún esfuerzo para ayudarles en la preparación de los remas. No sólo ponía
completamente a su disposición su biblioteca, sino que llegaba incluso a
comprarles los libros especiales necesarios y repasaba varias veces los
manuscritos con ellos. Ponía tanto empeño en el estudio de los temas
principales y en la estructura de la ponencia como en enseñarles “el arte de la
exposición y la técnica de la respiración” [41] .
Para los recién llegados resultaba al principio difícil penetrar en el círculo íntimo
de Menger. Pero si descubría en alguien un talento especial y el interesado
entraba en el ámbito elegido del seminario, entonces no rehuía ningún sacrificio
para ayudarle en su trabajo. Las relaciones entre Menger y el seminario no se
reducían a las discusiones académicas. A menudo invitaba a los miembros del
grupo a excursiones domingueras al campo, o a algún estudiante concreto a que
le acompañara a pescar. La pesca era el único pasatiempo que se concedía. E
incluso entonces, procedía con el mismo rigor científico que en todo lo demás:
intentaba dominar todos los aspectos técnicos y estudiaba la literatura
especializada sobre el tema.
Es difícil imaginarse a Menger dominado por una pasión que no estuviera de
algún modo relacionada con el objetivo dominante de su vida, a saber, el estudio
de la economía política. Aparte el estudio directo, tuvo otra ocupación a la que
se consagró con tal intensidad que apenas cedía a la primera: la colección de
libros y el cuidado de su biblioteca. Por lo que hace a la sección económica,
apenas debió haber tres o cuarto bibliotecas privadas de tal magnitud. Pero no
se limitó en modo alguno a la literatura especializada. La colección de obras
etnográficas y filosóficas era casi tan rica como la de los libros de economía. A
su muerte, la mayor parte de esta biblioteca, incluidos todos los escritos sobre
temas económicos y etnográficas, pasó al Japón. Este legado forma hoy una
sección independiente de la Biblioteca de la Universidad Comercial de Tokio
(llamada actualmente Universidad Hitotsubashi). El catálogo reseña, tan sólo en
economía política, más de 20.000 títulos [42].
No se le concedió a Menger ver realizado el propósito principal de sus
posteriores años, ni dar fin a la gran obra con que esperaba coronar todo el
trabajo de su vida. Pero sí pudo asistir con complacencia al espectáculo de la
riquísima cosecha producida por su primera gran obra de juventud. Conservó
siempre un intenso y nunca menguado entusiasmo por el tema elegido para sus
estudios. El hombre que —como se cuenta de él— pudo decir que de haber
tenido siete hijos, todos ellos habrían estudiado economía, debió sentirse
inmensamente feliz en su trabajo. Que tuvo además el don de transmitir a sus
discípulos este mismo entusiasmo lo confirma el nutrido grupo de economistas
políticos que se sentían orgullosos de proclamarle su maestro.
________________________
[1] Lo dicho es también aplicable en muy buena medida, a Francia. Incluso en Inglaterra hubo
una cierta tradición heterodoxa, de la que puede asimismo decirse que se mantuvo totalmente a
la sombra de la escuela clásica predominante. Pero no por eso careció de importancia, ya que
los trabajos de su principal representante, Longfield, ejercieron indudablemente alguna
influencia, a través de Hearn, en Jevons.
[2] Tiene poco de sorprendente el hecho de que no conociera a su inmediato predecesor, el
alemán H. H. Gossen. En realidad, tampoco llegaron a conocerle ni Jevons ni Walras, o al
menos no por la época en que publicaron sus primeros escritos. El primer libro que hace justicia
a los méritos de la obra de Gossen es el Arbeitsfrage (2.ª edición), de F. A. Lange, publicado en
1870, cuando probablemente Menger había dado ya a la imprenta sus Principios.
[3] Sir John Hicks me afirmó que tenía motivos para pensar que la exposición gráfica de Lardner
sobre la teoría del monopolio, que ejerció una gran influencia en Jevons, según éste mismo
confiesa, procede de Cournot. Cf. sobre este tema el artículo “Walras”, de Hicks, en
Econométrica, vol. 2 (1934).
[4] Con todo, Menger conocía el trabajo de A. A. Walras, padre de Léon Walras ya que le cita en
la pág. 54 de los Principios.
[5] Cfr., sin embargo, las dos cartas de Menger a Walras, de los años 1883 y 1884, publicadas
en los vols. I y II de la Correspondence of Léon Walras, editada por William Jaffé, Amsterdam,
1965.
[6] La única excepción, una recensión sobre las investigaciones en torno a la teoría de los
precios de R. Auspitz y R. Lieben, publicada en un periódico (el Wiener Zeitung, de 8 de julio de
1889) apenas si puede considerarse como tal, porque Menger afirma expresamente que no
quiere comentar el valor de la exposición matemática de los principios doctrinales de la
economía política. El tono general de la recensión y la objeción de Menger contra el hecho de
que “en su opinión los autores utilizan el método matemático no sólo como medio de exposición,
sino como medio de investigación”, confirman la impresión general de que no atribuía a este
método una especial utilidad.
[7] Antón Menger, padre de Carl, era hijo de otro Anton Menger, procedente de una antigua
familia alemana que emigró a Eger (Bohemia) en 1623; y de su esposa Ana (de soltera Müller).
La madre de Carl, Carolina, fue hija de Josef Gerzabek, comerciante de Hohenmaut, y de la
mujer de éste, Theresa (de soltera Kalaus), cuyos antepasados figuran en el registro bautismal
de Hohenmaut en los siglos XVII y XVIII.
[8] Por e sta época, Menger participó también en la fundación de un periódico, el Wiener
Hagblatt, pronto sustituido por el Neue Wiener Tagblatt, que fue durante varios decenios uno de
los diarios más influyentes de la capital austriaca. Menger mantuvo excelentes relaciones con el
prestigioso editor de esta última publicación, Moris Szeps. Existe la difundida opinión de que
muchos de los artículos sin firma de este periódico proceden de la pluma de Menger.
[9] Los más antiguos artículos manuscritos sobre la teoría del valor llegados hasta nosotros se
remontan al año 1867.
[10] Merecen destacarse también algunos otros aspectos de la teoría general del valor de
Menger, como su constante insistencia en la necesidad de clasificar las distintas mercancías
más por criterios económicos que técnicos (cf. páginas 131—134 y 159, nota), su clara
anticipación de la teoría de Böhm-Bawerk en el tema de la menor valoración de las necesidades
futuras págs. 142-145) y su cuidadoso análisis del proceso a través del cual la acumulación del
capital transforma poco a poco los factores inicialmente libres en bienes escasos.
[11] Ekonomisk Tidskrift, 1921 , pág. 118.
[12] Tal vez la excepción esté representada por la recensión de Hack en Zeizschrift für die
gesamte Staatswissenschaft, 1872. Hack no sólo acentúa la calidad científica del libro y la
originalidad de su método, sino que, además, y en contra de Menger, indica que la relación
económicamente relevante entre bienes y necesidades no se encuadra en la categoría de causa
y efecto, sino en la de medio y fin.
[13] Estimo oportuno corregir aquí la falsa impresión, surgida de una afirmación de A. Marshall,
de que en los años 1870-74, es decir, cuando estaba elaborando algunos puntos concretos de
su teoría, “Böhm-Bawerk y Wieser estaban todavía en la universidad...” (Memorials of Alfred
Marshall, página 417). Los dos abandonaron la universidad por las mismas fechas entraron en
1872 al servicio de la administración pública y en 1876 eran ya tan conocidos que en los
informes para el seminario de Knies en Heidelberg, pudieron presentar los elementos más
importantes de sus posteriores contribuciones.
[14] Por aquella época Menger había rechazado ya algunas ofertas para enseñar en Karlsruhe
(1872) y Basilea (1873.). Poco tiempo después rechazó también una oferta del Politécnico de
Zurich, porque tenía la esperanza de ser nombrado profesor de la Universidad .
[15] Zur Methodologie der Staats- und SoziaIwissenschaften”, en Jahrbuch für Gesetzgebung,
Verwaltung und Volkswirtschaft im deutschen Reich, 1883. En la reimpresión del artículo de
Schmoller en Zur Literaturgeschichte der Staats- und Sozialwissenschaft im deutschen Reich,
1888, se suavizan un tanto las expresiones más hirientes.
[16] La redacción del Jahrbuch no puede proporcionar información sobre este libro, porque la
remitió a su autor, a vuelta de correo, con las siguientes líneas: “Estimado señor: He recibido,
como impreso su libro Die Irrthümer des Historismus in der deutschen Nationalökonomie. Dado
que venía estampado como ‘del autor’, deduzco que debo agradecerle a usted personalmente el
envío. Desde hace algún tiempo había sabido por diversas fuentes que este escrito era
esencialmente un ataque contra mí y la primera ojeada a la primera línea así me lo ha
confirmado. Aunque reconozco su buena voluntad y su preocupación por instruirme, no por ello
quiero apartarme del principio que me he trazado de mantenerme alejado de semejantes lances
literarios. Me veo, pues, en la precisión de aconsejarle que imite usted también este
comportamiento. De este modo, podrá ahorrarse mucho tiempo y muchos sinsabores. Estos
ataques personales, sobre todo cuando no espero de su autor ningún nuevo aliciente, los arrojo
a la estufa o a la papelera, sin molestarme en leerlos. De este modo, nunca caigo en la tentación
de aburrir al público con el espectáculo de ciertos profesores alemanes, que actúan como
matones literarios. No quisiera incurrir con usted en la descortesía de romper un libro suyo tan
bellamente presentado. Se lo devuelvo, pues, con mis mejores agradecimientos y con el ruego
de que le dé mejor destino. Por lo demás, le quedo ahora agradecido por otros posibles nuevos
ataques pues, como dice el refrán: ‘a más enemigos, más gloria’. Acepte usted la expresión de
mis mejores sentimientos... G. Schmoller.”
[17] Originariamente fue una serie de artículos de los (Conrad’s) Jahrbücher.
[18] V. MATAJA, Der Unternehmersgewinn, Viena, 1884; G. GROSS, Lehre vom
Unternehmesgewinn, Leipzig, 1884, y E. SAX, Das Wesen und die Aufgabe der
Nationalökonomie, Viena, 1884.
[19] ROBERT MEYER, Das Wesen des Einkommens, Berlín, 1877.
[20] Aquel mismo año, otros dos economistas vieneses, R. Auspitz y R. Lieben, publicaron sus
estudios sobre la teoría del precio, que todavía hoy día siguen estando a la cabeza de las obras
de economía política matemática. Pero aunque ambos autores estaban fuertemente
influenciados por la obra de Menger y de su grupo, no se apoyaron tanto en la aportación de sus
compatriotas cuanto más bien en los principios expuestos por Cournot, Thünen, Gossen, Jevons
y Walras.
[21] MAFFEO Pantaleoni, Principii di Economia Pura, Florencia, 1889 (segunda edición, 1894).
Una desafortunada nota de la edición italiana acusaba a Menger de plagiar a Cournot, Gossen,
Jennings y Jevons. Pero el propio Pantaleoni corrigió esta afirmación en el prólogo que compuso
para la edición italiana de los Principios de Menger; cf. C. MENGER, Principii fondamentali di
economia pura, con prefazione di Maffeo Pantaleoni, Imola, 1909 (publicada primeramente en
1906 y 1907 como anexo del Giornale degli Economisti, pero sin la introducción de Pantaleoni).
Esta introducción fue reimpresa también en la traducción italiana de la segunda edición (de que
se hablará más tarde) de los Principios publicada en Bari en 1925.
[22] Este hecho aparece confirmado también por las numerosas notas marginales del ejemplar
de los Principios utilizado por Marshall, conservado en la Marshall Library de Cambridge.
[23] Cf. especialmente J. BONAR, “The Austrian Economists and their Views on Value”, en
Quarterly Journal of Economics, 1888, y “The Positive Theory of Capital”, ibid., 1889.
[24] La recensión original apareció en (Grünhuts) Zeitschrift für das Privatund öffentliche Recht
der Gegenwart, vol. XIV, impreso más tarde en Viena, 1887.
[25] Cf. (Conrad’s) Jahrbücher für Nationalökonomie und Statistik, N. F., volumen XIX, Jena,
1889.
[26] En la misma revista, N. F., vol. XVII, Jena, 1888. Aquel mismo año apareció una traducción
francesa resumida, realizada por CH. SECRÉTAN, en la Revue d’économie politique, bajo el
título de “Contribution à la theorie du capital”.
[27] Denkschrift über den Gang der Währungsfrage seit dem Jahre 1867. Denkschrift über das
Papiergeldwesen der österreischisch-ungarischen Monarchie. Statistische Tabelle zur
Wührungsfrage der österreichisch-ungarischen Monarchie. Publicaciones del Ministerio de
Finanzas. lang=EN-US Viena, 1892.
[28] Cf. Stenographische Protokolle über die vom 8. bis 18. März 1892 abgehaltenen Sitzungen
der nach Wien einberufenen Währungs-Enquete-Commision. Viena, Imprenta del Estado, 1892.
Poco antes de que se reuniera la Comisión, Menger había ya expuesto los problemas principales
en una conferencia, publicada después en el Allgemeine Juristen Zeitung, núms. 12 y 13 del
volumen correspondiente a 1892.
[29] En el marco de esta introducción no es, desgraciadamente, posible consagrar a este
importante episodio de la historia del sistema monetario todo el espacio que merece, tanto en
razón de su estrecha conexión con Menger y su escuela como del interés general de los
problemas entonces discutidos. Merecería, por tanto, la pena iniciar una investigación sobre el
tema. No deja de ser lamentable que no exista una exposición histórica de esta discusión y de
las medidas tomadas en aquella coyuntura. Aparte las publicaciones oficiales arriba
mencionadas, el material más importante sobre este punto lo constituyen los escritos del mismo
Menger.
[30] “Die Valutaregulierung in Osterreich-Ungarn”, Jahrbücher für Nat. ök, und Statistik, III, F. vol,
III y IV, 1892.
[31] Los artículos fueron publicados en el Wiener Abendpost (anexo del Wiener Zeitung) los días
30 de abril y 9 de junio de 1873. Como todos los anteriores trabajos periodísticos de Menger,
también estos aparecieron sin firma.
[32] Además del artículo francés ya mencionado, aquel mismo año apareció otro, bajo el título de
“La Monnaie Mesure de la Valeur”, en la Revue d’économie politique (vol. VI) y otro inglés, “On
the Origin of Money”, en Economic Journal (vol.III)
[33] La reimpresión del mismo artículo en el vol. IV de la 3.ª edición del HdSw (1909) sólo
contiene, respecto de la 2.ª edición, algunas pequeñas modificaciones estilísticas.
[34] Esto explica que casi todos los posteriores representantes de la Escuela austriaca, como los
profesores H. Mayer, L. von Mises, J. A. Schumpeter y otros varios no fueran discípulos directos
de Menger, sino de Böhm-Bawerk y de Wieser.
[35] Principios de economía política, de Carl Menger, 2.ª edición póstuma a cargo de Karl
Menger, con prólogo de Richard Schüller, Viena, 1923. Hay un detallado análisis de las
modificaciones y adiciones de esta edición en F. X. Weiss, “Zur zweiten Auflage von Carl
Mengers Grundsätze”, en Zeitschrift für Volkswirtschaft und Sozialpolitik, N. F., vol. IV, 1924.
[36] De entre los pequeños resúmenes existentes deben mencionarse especialmente los de F.
von Wiser, en Neue Osterreichische Biographie, 1923, y R. Zuckerkandl, en Zeitschrift für
Volkswirtschaft, Sozialpolitik und Verwaltung, volumen XIX, 1911.
[37] Los dos hermanos formaban parte de un grupo que en los años 80 y 90 solía reunirse casi
diariamente en un café situado frente a la Universidad; al principio se componía básicamente de
periodistas y comerciantes, pero más tarde se nutría ya, sobre todo, de discípulos de Carl
Menger y de estudiantes. A través de este círculo mantuvo Menger —al menos hasta su retirada
de la Universidad- contacto permanente y notable influencia con y sobre los sucesos cotidianos.
Uno de los discípulos más destacados de Menger, R. Sieghart, nos ha dejado una descripción
del contraste que formaban los dos hermanos (cf. Die letzten Jahrzehnte einer Grossmacht,
Berlín, 1932, pág. 21): “Verdaderamente una extraña y curiosa pareja la de estos dos hermanos
Menger: Carl, fundador de la Escuela austriaca de economía política, descubridor de la ley
económico-psicológica de la utilidad limite, maestro del copríncipe Rudolf, también periodista en
los inicios de su carrera, conocedor del gran mundo, aunque esporádicamente, revolucionador
de su ciencia y al mismo tiempo más bien conservador en política; del otro lado, Antón, ajeno al
mundo, cada vez más consagrado a su propia especialidad, el derecho procesal civil, con
espléndido dominio de su materia y, por ello, cada vez más interesado en los problemas sociales
y en su solución a través del Estado, vivamente dedicado a los problemas del socialismo. Carl,
de claridad absoluta, entendido por todos, ilustrado al estilo de Ranke; Anton, difícil de seguir,
pero familiarizado con los problemas sociales bajo todas sus manifestaciones —en el derecho
civil,

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