Renta Diferencial Teubal
Los modelos de las ventajas absolutas y relativas
Fue el economista clásico inglés D. Ricardo (1772-1823) quien demostró que no sólo en el caso de que aparezca ventaja absoluta existirá especialización y comercio internacional entre dos países. Podrá ocurrir que uno de ellos no posea ventaja absoluta en la producción de ningún bien, es decir, que necesite más de todos los factores para producir todos y cada uno de los bienes y servicios. A pesar de ello, sucederá que la cantidad necesaria de factores para producir una unidad de algún bien, en proporción a la necesaria para producir una unidad de algún otro, será menor que la correspondiente al país que posee ventaja absoluta. En este caso decimos que el país en el que tal cosa suceda tiene “ventaja comparativa o relativa” en la producción de aquel bien.
Según D. Ricardo “en un sistema de comercio absolutamente libre, cada país invertirá naturalmente su capital y su trabajo en los empleos más beneficiosos. Esta persecución del provecho individual está admirablemente relacionada con el bienestar universal. Distribuye el trabajo en la forma más efectiva y económica posible al estimular la industria, recompensar el ingenio y al hacer más eficaz el empleo de las aptitudes peculiares con que lo ha dotado la naturaleza; al incrementar la masa general de la producción, difunde el beneficio por todas las naciones uniéndolas con un mismo lazo de interés e intercambio común. Es este principio el que determina que el vino se produzca en Francia y Portugal, que los cereales se cultiven en América y en Polonia, y que Inglaterra produzca artículos de ferretería y otros” (David Ricardo, Principios de Economía Política y Tributación, 1817).
¿Pero, por qué un país determinado se especializa en un producto concreto? La respuesta parece obvia: cada país se especializará en aquellos productos que pueda producir ventajosamente con respecto a los demás países. ¿Y qué significa producir ventajosamente? Adam Smith (1723-1790) respondió a esas preguntas afirmando que los países se especializarán en producir aquellos bienes sobre los que tengan una ventaja absoluta, es decir, que sean capaces de producir el mismo número de bienes aplicando menor cantidad de trabajo.
Su discípulo David Ricardo dio un paso más: demostró que todos los países se pueden beneficiar especializándose cada uno en la producción de bienes aunque no tengan ventaja absoluta en ellos; es suficiente que tengan ventaja comparativa, es decir, que sean capaces de producirlo a un precio menor.
El cuadro o tabla siguiente nos ilustrará sobre los anteriores conceptos.
CUADRO VENTAJA ABSOLUTA
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España
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Francia
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Totales
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Nº de obreros
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10
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10
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Horas mensuales por obrero
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140
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140
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Horas en cada par de zapatos
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2
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4
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Horas en cada abrigo
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10
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7
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Producción mensual sin especialización
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Pares de zapatos
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5 x 140 / 2 = 350
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5 x 140 / 4 = 175
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525
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Abrigos
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5 x 140 / 10 = 70
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5 x 140 / 7 = 100
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170
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Producción mensual especializándose
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Pares de zapatos
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700
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0
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700
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Abrigos
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0
|
200
|
200
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| | | | | |
Empecemos comprendiendo la argumentación de Adam Smith sobre la ventaja absoluta con un sencillo ejemplo. Supongamos que hay dos empresas, una española y una francesa, que trabajan o curten la piel. Ambas empresas tienen 10 obreros cada una, que trabajan 140 horas al mes. Los obreros españoles son más hábiles fabricando zapatos: hacen un par de zapatos en sólo dos horas mientras que los trabajadores franceses necesitan cuatro horas. En cambio los franceses son más expertos con los abrigos de piel, ya que hacen uno en siete horas mientras que los españoles necesitan diez. Es decir, los españoles tienen una ventaja absoluta en la fabricación de zapatos (necesitan menos tiempo para hacerlos) mientras que los franceses tienen ventaja absoluta en la fabricación de abrigos.
Si no existiese el comercio internacional, tanto la empresa española como la francesa tendrían que dedicar la mitad de sus empleados, v. gr., a fabricar zapatos y la otra mitad a fabricar abrigos. Mensualmente los españoles podrían producir 350 pares de zapatos y 70 abrigos mientras que la empresa francesa produciría 175 pares de zapatos y 100 abrigos. Pero si existe la posibilidad de especializarse e intercambiar productos a través de la frontera pirenaica, o por vía marítima, las empresas podrán dedicar todos sus obreros a la producción en la que son más hábiles, consiguiendo la española setecientos pares de zapatos y la francesa doscientos abrigos. Como la producción conjunta ha aumentado (antes había sólo 525 pares de zapatos y 170 abrigos en total) el comercio beneficiará a ambos países, que podrán disponer de más zapatos y abrigos.
Veamos ahora la argumentación de David Ricardo, sobre la ventaja comparativa o relativa. Imaginemos, por un momento, el comportamiento de las mismas empresas del ejemplo anterior en el caso de que la francesa tenga ventaja absoluta en la producción de ambos bienes. Supongamos que ambas siguen disponiendo de diez obreros cada una, que trabajan 140 horas mensuales. Mantendremos el supuesto de que los obreros franceses son mejores con los abrigos, fabricando uno en siete horas mientras que los españoles necesitan dedicar diez horas. Pero ahora los franceses resultarán también más hábiles con los zapatos, fabricando un par cada dos horas mientras que los obreros españoles necesitan dedicar cuatro.
Si no hay comercio internacional entre sus países, ambas empresas tendrán que dedicar parte de sus trabajadores a cada uno de los productos. Supongamos que, como antes, la empresa española dedica la mitad de los obreros a cada uno de los bienes, consiguiendo así producir mensualmente 175 pares de zapatos y setenta abrigos. Para facilitar la comprensión del modelo, conviene que supongamos ahora que la empresa francesa dedica siete trabajadores a la producción de calzado y tres a la de abrigos, con lo que conseguirá 490 pares de zapatos mensuales y sesenta abrigos.
Aunque la empresa española es menos eficiente en la producción de ambos tipos de bienes, tiene ventaja comparativa en la producción de abrigos. Obsérvese que, si no hay comercio internacional, el precio de los abrigos españoles equivaldrá al de 2,5 pares de zapatos, mientras que a los franceses les costará un abrigo lo mismo que 3,5 pares de zapatos. Es decir, a los franceses les resultan más caros los abrigos, en comparación con los zapatos, que a los españoles. Un contrabandista despabilado podría intentar sacar provecho de la situación, llevando abrigos españoles a Francia y zapatos franceses a España.
El cuadro resultante sería el siguiente:
CUADRO VENTAJA COMPARATIVA
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España
|
Francia
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Totales
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Nº de obreros
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10
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10
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Horas mensuales por obrero
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140
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140
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Horas para cada par de zapatos
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4
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2
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Horas para cada abrigo
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10
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7
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Precio abrigo/zapatos
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1/2,5
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1/3,5
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Producción mensual sin especialización
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Pares de zapatos
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5 x 140 / 4 = 175
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7 x 140 / 2 = 490
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665
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Abrigos
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5 x 140 / 10 = 70
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3 x 140 / 2 = 60
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130
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Producción mensual especializándose
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Pares de zapatos
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0
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700
|
700
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Abrigos
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140
|
0
|
140
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Si la empresa española dedica todos sus trabajadores a fabricar abrigos y la francesa los suyos a producir zapatos, el resultado conjunto será de setecientos pares de zapatos, todos franceses, y ciento cuarenta abrigos, todos españoles. El resultado conjunto sigue siendo superior al que se conseguiría si no fuese posible la especialización. Pues bien, ambos países podrán disponer de más zapatos y más abrigos que antes, por lo que ambos saldrán beneficiados .
En cambio, la realidad de la elevada integración de los sectores industriales de las economías modernas hace que la mayor parte de los países importen y exporten a la vez los productos de muchas industrias, ya sea en forma de componentes, de artículos semiacabados o bien de producto final. El esquema teórico conceptualizador de economías aisladas e independientes, cada una de ellas especializada en distintos productos en función de sus “ventajas relativas o comparativas” en base al modelo ricardiano que acabamos de exponer, ya no se ajusta a la realidad actual, si es que alguna vez lo hizo.
Por último, en referencia a Adam Smith, digamos que su “Indagación acerca de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” (The Wealth of Nations), publicada en el año de gracia de 1776, constituyó una amplia e impresionante investigación acerca de las condiciones que promueven o impiden el bienestar económico de los pueblos del orbe. Entre los principales impedimentos contra los cuales acumuló hechos y teorías, se cuentan las considerables interferencias al comercio internacional (a las que nos referiremos en el epígrafe siguiente) que habían sido establecidas por el “sistema mercantilista”, y que incluían, especialmente, las restricciones a la importación.
Nadie designa ya actualmente a Adam Smith con el calificativo de “padre de la economía política”. Es sabido que tomó mucho de sus predecesores, como Petty, Cantillon y, sobre todo, de los fisiócratas. Por otra parte, las teorías por él expuestas hace más de doscientos años han sido objeto de tantas rectificaciones que los economistas contemporáneos no pueden considerarse ya como sus herederos directos. Sin embargo, a nadie se le ocurre discutirle el título de “jefe de la escuela clásica”.
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